De pequeños, cuando jugábamos entre dos farolas o de banco a banco, cuando inventábamos jugadas e improvisábamos campos de fútbol en cualquier calle o plaza de los barrios de nuestra infancia, el puesto de portero era motivo de conflicto, discusiones y de tener que parar más de una vez aquellos partidos que duraban casi tanto como los de Oliver y Benji.
Nadie quería ponerse en la presunta –a veces eran dos piedras colocadas en el suelo tras medir varios pasos de aquella manera– portería, que acababa siendo un terreno fijo para los que éramos gorditos o, si nos dejaban tocar un poco bola, la meta pasaba a ser ocupada por algún otro que, para no quedarse quieto bajo los imaginarios palos, se colocaba rápidamente el cartel de portero-delantero.
Una figura empleada para tener total libertad de movimientos y subir al ataque cuando le diera la gana, aunque por este deseo dejase vendida la línea de gol.
La estampa de aquel portero-delantero de campo de asfalto se ha ido perdiendo con el paso de los años y ha ido desaparecido también de los terrenos de juego.
Los arqueros, como las especies de Darwin, han evolucionado con el balón en los pies para convertirse en los líberos que cierran la defensa o en fabricantes continuos de sustos –venga como ejemplo el caso de Unai Simón con la selección española, que de tanto apurar desde atrás acongojó hasta al santo Job–.
Chilavert, Higuita, Rogerio Ceni…
Los porteros ya juegan con los pies, pero no facturan… goles a favor, como hacían antaño los Chilavert, Higuita, Rogerio Ceni o el que tal vez pueda considerarse el último gran portero-delantero de la historia del fútbol, el mexicano Jorge Campos (Acapulco, 15 de octubre de 1966).
En el caso del azteca, no hablamos solo de un arquero que pateaba bien las faltas o lanzaba los penaltis en su equipo.
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El Brody, como es conocido por muchos, llegó a cambiarse la camiseta –ahora hablaremos de ella– de portero por la de jugador durante algún que otro partido. De hecho, en sus inicios, siendo suplente en Pumas, pidió a su entrenador que le diese la oportunidad de jugar en ataque.
Catorce goles firmó durante el torneo, estando a punto incluso de ser el máximo goleador de la competición.
Como delantero marcó y se llevó una ConcaChampions, pero no quiso desvincularse de su rol de arquero, al que fue regresando y con el que desempeñó la mayor parte de su carrera. Eso sí, no dejó de hacer goles. Un total de 46 anotó a lo largo de su vida deportiva, convirtiéndose en uno de los porteros más goleadores del planeta fútbol.
Atrevido, excéntrico y espectacular bajo palos, Campos también llamaba la atención en el campo por sus indumentarias llamativas y por el número –no podía ser de otra forma, tratándose del último gran portero-delantero– que lucía en su zamarra: el dorsal 9.
Los equipos de Jorge Campos, el último gran portero delantero de la historia del fútbol
La mayor parte de su carrera la pasó en su país, con la excepción del salto a Estados Unidos para jugar en Chicago Fire y Galaxy de la MLS. Además de Pumas, en México militó en Cruz Azul, Tigres, Puebla y Atlante. Con la Tricolor disputó los Mundiales de Estados Unidos, Francia y Corea-Japón. Su mayor logro fue la Copa Confederaciones que la selección mexicana le arrebató a Brasil en 1999.
En 2004, Jorge Campos, el último gran portero delantero de la historia del fútbol, colgó los guantes y las botas para dedicarse a sus caballos –tiene un impresionante rancho– y a sus labores como comentarista para la TV Azteca.